miércoles, 19 de agosto de 2015

Crónica del quinto día: 18 de agosto

“En el sueño, me pareció estar junto a mi casa, en un paraje bastante espacioso, donde había reunida una muchedumbre de chiquillos en pleno juego...”
(Del sueño de los nueve años de Don Bosco)


Con toda probabilidad, la colina de I Bechi alberga el Prado donde se desarrolla el sueño de los nueve años al que se refiere Don Bosco como el primero de todos los que, durante su vida, fueron marcando el rumbo de sus tareas pastorales, de sus preocupaciones por la salvación de los jóvenes, de toda su vida. La colina de I Bechi es también ese lugar primigenio, personal, tal vez concreto, tal vez imaginario, donde todos podemos situar el origen de nuestra vocación salesiana.

Mi colina de I Bechi se sitúa en la periferia un pueblo alcarreño diminuto, en lo que fue durante mucho tiempo un seminario y noviciado,, luego casa de espiritualidad, más tarde una granja escuela y ahora un lugar polivalente que a duras penas se mantiene. Fue mi primer contacto con lo salesiano cuando, con el cura de mi barrio obrero y tres amigos, nos bajamos del tren en el apeadero Maluque (ni siquiera era estación), una mañana gris de un sábado de febrero, y enfilamos la subida hasta Mohernando. Allí, en el comedor, unos muchachos de mi edad desayunaban más o menos en silencio.
En torno al edificio solitario, que dominaba un tremendo mirador y una amplia vega, había viñas y encinas, campos de deporte y niños jugando alegremente junto a clérigos  y curas sin sotana que además de las clases propias de la EGB, enseñaban también música y teatro en las horas libres.

No existía aún la réplica de la casita de don Bosco, ni esa magnífica estatua de Mamá Margarita que ahora podemos encontrar en su flanco izquierdo. No había albergue, no casa de guardeses. En cambio había una sala, que creo que ya no existe, con las fotos de todos los obispos salesianos, un gran mapa del mundo con las presencias de la congregación y los retratos solemnes de los hasta entonces seis sucesores del santo fundador. En la salida lateral orientada hacia el sur, una escultura de plomo de un gusto discutible, representaba a un tal Don Bosco rodeado de muchachos parecidos a nosotros. Avanzando en esa dirección, se llegaba, al Vía Crucis y el Mirador. Detrás  del edificio, hacia el oeste,  una piscina y una bajada sinuosa a un mausoleo en el que reposaban los restos de curas muertos durante la guerra civil. Orientado hacia el este, arriba nuevamente, el Patio de Mártires, que honraba la memoria de los mismos.  Al norte, el camino del tren y los restos del polvorín, cerrado con una verja que tapaba los túneles.

La colina de I Bechi ha cambiado, lo mismo que lo ha hecho Mohernando, como cambió también mi manera de entender la llamada de Dios, dentro del mismo carisma, pero con otras peculiares circunstancias, las del salesiano cooperador.

Sin embargo, cada vez que recorro –como hoy- el Prado del Suelo, la Iglesia de María Auxiliadora, la casita de Don Bosco original (aunque recientemente parece que no tanto), la de su hermano Jose,, la explanada de la Basílica, el propio templo con el Cristo Resucitado (ese que me hizo enmudecer cuando le vi por vez primera),  la Iglesia Inferior...retorno un poco a mis raíces, a mi I Bechi personal. Hay algo de mi niñez, de mi inocencia, de mis amigos, de mis sueños; de mis compromisos vocacionales, de mis caminos transitados, de mis  logros, de mis fracasos, de mis éxitos; de mis carencias, de mis pecados, de mis virtudes, de mis respuestas a llamadas concretas; de trayectoria vital...que vuelve a sentarse conmigo en un banco asomado al paisaje, hoy como ayer, recién llovido y recién iluminado.

Desde mi I Bechi, real o figurado, reconozco esta noche mis deudas con aquellos que me mostraron por vez primera la fe, la figura de Don Bosco, la congregación salesiana, su movimiento juvenil (entonces Cristo Vive), la Asociación de Cooperadores. Reconozco mis deudas con los que abandoné por el camino, con los que ya se fueron, con los que conocí después, con los que apenas aún no he conocido; con los que aún están conmigo después de tanto tiempo, con los que incluso compartí los mismos I Bechis hace hoy casi treinta años y que han vuelto a recorrerlos hoy conmigo.



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